domingo, 13 de mayo de 2018

El respeto personal de Conchita

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Un par de anécdotas que tipifican el comportamiento de autorespeto, que imponía ante otras personas, Conchita Alas, y que pude presenciar de manera directa, las recuerdo en este mes de mayo del año 2018, a poco más de un año de su partida física.

En El Salvador, el término "hijueputa" o simplemente "puta" es frecuentemente utilizado en lenguaje coloquial. Leonardo Heredia, un conocido personaje de la radio y televisión salvadoreña, me parece, es quien mejor ha expresado la función de la palabra "hijueputa" en el léxico salvadoreño.

Pues bien, en una oportunidad hice alusión probablemente a un error cometido usando la palabra. Conchita, que me estaba escuchando dijo al momento...:..."momento, Usted trátese como quiera pero su madre no es eso que esta diciendo..."

En una sociedad machista como la salvadoreña, las mujeres siempre andan a la defensiva. Especialmente las mujeres consideradas "bonitas". En una oportunidad mostrando una fotografía de Conchita con sus dos hijos, pequeños en década del 50 del siglo XX, una mujer bonita, exclamó: que bonita era su mamá. Comprendí una de las razones del porqué era usual que mi madre anduviera frecuentemente acompañada de sus hijos en toda clase de diligencias.

Conchita tenía valentía y solidaridad con otras personas. En una oportunidad en el vecindario se excedían en una fiesta y Conchita pidió que moderaran el volumen de voces. Una señora participante en la fiesta, enfadada y sumamente alterada asió fuertemente con su mano derecha una botella de cerveza y se dirigió a golpear a Conchita quien no se inmutó. Ante el intento de agresión las vecinas que estaban con ella detuvieron a la agresora. Yo era un niño y me dejó perplejo y asombrado la serenidad en ese momento tenso, por parte de Conchita.

Cuando estuve preso en 1979, capturado junto con Sebastián Vaquerano, ahora, Embajador de El Salvador en Costa Rica, y que nos daban por desaparecidos porque, pese a la búsqueda de nuestros familiares y sus contactos de suficiente nivel para poder ubicarnos en la tercera planta de la Policía Nacional, donde nos recluían en una celda, no habían logrado localizarnos, al fin, llegaron a sacarnos de la Policía Nacional, Conchita, mi padre, Joaquín, y Modesto Vaquerano, hermano de Sebastián. Iban acompañados de Rodolfo (Fito) Castro, viejo amigo, compañero de lucha social y universitaria. Conchita, enmedio de la terrible presión psicológica que implicaba estar dentro de un edificio donde el poder y los abusos de la dictadura militar eran cosa de todos los días se me acercó y me dijo: "Dile al Doctor Castro que en cuanto pueda, se vaya, él corre mucho peligro estando aquí".

Acusados falsamente de andar difundiendo literatura subversiva y creyendo que una caja de lata de galletas "Lido" era una bomba, nos capturaron y remitieron a la Policía Nacional. Nos capturaron en un pick-up marca "Pony", color blanco, en el cual nos dirigíamos a comprar libros a la librería de la UCA.

Impresionante actitud la de Conchita: ¡El Pick Up Pony en que nos capturaron estaba a nombre de Conchita y en la Policía Nacional tenían la tarjeta de circulación!

Por fortuna todos los hombres y solamente Conchita como mujer, salimos para nuestras casas, liberados, después de pasar otros tensos momentos que ya he relatado en alguna oportunidad.

Moriré dando gracias a la vida, por la respetable madre que tuve.

jueves, 10 de mayo de 2018

Recordando a Conchita

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Este día de la madre, recuerdo a Conchita, agradeciendo a la vida, el privilegio de haber sido su hijo. De extracción muy humilde, luchando en y con la pobreza, y con toda la modesta contribución del caso, apoyando a los hermanos y hermanas que ya estaban en San Salvador. Conchita, fue la última de 6, 3 hermanos y 2 hermanas; Juan, el menor de sus hermanos contaba a sus cerca de 90 años, que todos y todas le agradecían y respetaban a Conchita, porque siendo la menor, se quedó luchando en su pueblo con la madre de ellos, madre soltera. Los hijos e hijas que tuvo fueron de diferentes padres, yo diría padres irresponsables. Conchita le ayudaba a su madre a fabricar "jabón de cuche", a destazar reses o cerdos, y luego ayudaba a su madre a vender la carne y a recoger en el vecindario la ceniza que le regalaban a su madre; la ceniza que era el residuo de las cocinas rudimentarias del vecindario, era un material de gran importancia en la fabricación del "jabón de cuche". Los hermanos y las hermanas de Conchita habían emigrado hacia la capital, San Salvador y ella se había quedado sola, con su madre, en su pueblo del Departamento de Chalatenango, en el Municipio de San Francisco Lempa, que geográficamente bordea ahora, el lago artificialmente creado, llamado Suchitlán, producto de la construcción de una presa hidroeléctrica.

La pobreza en que vivía la familia era tal, que Juan cuenta, que cuando Conchita era una bebé y lloraba en la hamaca en que reposaba, solicitando alimento y su madre se encontraba ocupada combatiendo en la trinchera de la lucha por la vida, destazando animales para producir la carne o haciendo "jabón de cuche" ambos productos destinados para la venta y no le quedaba tiempo de amamantarla, tenían una cabrita, que Juan recuerda con amorosa, agradecida y respetuosa expresión, porque ante los llantos de la niña la cabrita se le acercaba, acercándole también sus ubres para la que la niña se amamantara. 

Conchita fué la última en emigrar a la capital, San Salvador, junto con su madre, Mamá Toña.
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