Uno pensaría que está preparado para cualquier tipo de ausencia. Pero se siente en lo profundo la ausencia de seres tan maravillosos en la vida personal como un padre y madre cultos, responsables y solidarios… profundamente solidarios. Tan solidarios que arriesgaban sus propias vidas por salvar la de sus hijos, en el período de la dictadura militar en El Salvador. A mí, me sacaron de las cárceles de la Policía Nacional de esa época, en 1979. En un caso extendieron ese amor solidario hacia otra persona, un joven revolucionario, empleado en el Colegio fundado por Conchita, que cuando fue capturado e interrogado dijo que mi padre era el suyo por la similitud del apellido: Hernández. Ante la pesquisa y pregunta del cuerpo militar sobre la aseveración del joven, mi padre respondió que si, que era su padre y dejaron libre el joven revolucionario que continuó en su lucha hasta que me llegaron reportes de que murió en un combate
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