Un cuento de Las Mil y Una Noches y el Ideal
Artículo del Dr. Joaquín Hernández Callejas (1915-2000).(*)
Dedicatoria del autor:
A MI HIJA BLANCA ELISA
1. Llegar a lo alto.
A propósito de todas las consideraciones que pueden hacerse acerca de los que constituye un ideal a realizarse en la vida de cada ser humano, corta o prolongada, de rico o de pobre, de joven o de anciano, de hombre o de mujer, recuerdo un maravilloso cuento de Las Mil y Una Noches, esa joya de la literatura y filosofía árabes, de cuya maestría han recibido sabias lecciones los mejores talentos literarios del mundo europeo y americano.
El cuento se llama, si mal no recuerdo -lo leí cuando tenía aproximadamente de diez a doce años- se llama, repito, EL PAJARO QUE HABLA, LA FUENTE QUE LLORA Y EL ARBOL QUE CANTA.
Los nombres de los personajes no interesan para revelar su contenido; y sobre todo para encontrar el corolario educativo de su texto.
Se trata de tres príncipes hermanos, de veinte años el primero, de diecinueve el segundo y de dieciocho el tercero, que es una linda princesa de generoso corazón y animoso empeño. Los tres han tenido noticia de que en la cúspide de una montaña lejana, negra como de lava calcinada y de difícil y peligroso acceso, se encuentran encantados por un mago, un príncipe apuesto bajo la forma del pájaro que habla y su palacio y jardines bajo las formas de la fuente que llora y el árbol que canta. Quien logre llegar a lo alto, romperá el misterio y conquistará riquezas y felicidades para siempre.
Los tres hermanos deciden hacer tan valiosa conquista y disponen que el primero que hará el intento será el mayor de ellos, dándole un plazo de tres años para que vaya y regrese victorioso o derrotado; en caso de que sufra alguna desgracia, los que se quedan en casa lo sabrán por medio de un espejo mágico que les ha dado su consejero, que se empañará cuando algo grave le ocurra al viajero y permanecerá brillante si todo va con buen resultado.
2. La Conquista del Objetivo.
Armado de la manera más adecuada salió el joven príncipe a la conquista de su objetivo. Llegó al pié de la montaña, en donde encontró a un viejo derviche o sea un sabio ermitaño, quien le preguntó sus propósitos, los cuales fueron revelados con toda sinceridad por el animoso joven conquistador.
El sabio maestro le indicó el camino por seguir, para llegar a la cúspide de la escarpada y negra montaña.
Le dijo que la subida era difícil, que todas esas piedras negras eran otras tantas personas que habían intentado llegar a la conquista y posesión del pájaro, de la fuente y del árbol que buscaba; que se armara de valor; que no le hiciera caso a las voces que lo amenazarían o que lo halagarían, o que intentaran desanimarlo de mil maneras, etc.
Terminada la explicación, le dijo: haré lo mismo que con los otros tirando esta bolita que irá delante de tí enseñandote el camino; y te repetirá mi advertencia:
No vuelvas la vista atrás por ningún motivo, porque al nomás hacerlo quedarás convertido en piedra...
Salió el príncipe detrás de la bolita y comenzó a escalar la montaña. Apenas había comenzado los primeros pasos cuando comenzó a oir detrás un rumor de voces, de siseos, de susurros, de silbidos que están a punto de robarle la atención; pero recordando la voz del anciano, no les hizo caso y continuó su ruta peligrosa. Había caminado un trecho cuando oyó lamentos y quizo conmoverse; luego recapacitó y siguió hacia arriba. Más tarde escuchó una insinuante voz de mujer que lo llamaba para el placer y tentado estuvo de mirar hacia atrás para acudir al llamado de las delicias del sexo, más se contuvo y siguió adelante.
Había subido en la escarpada ruta cuando se oyeron voces amenazantes, insultos y gritos de agresión inminente y sin sentirlo, ante el peligro que se encontraba de perder la vida, volvióse hacia atrás, espada en mano, para hacerle frente al supuesto enemigo que lo amenazaba y al momento quedó convertido con todo y cabalgadura en una roca negra, como otras iguales que a su lado se encontraban.
Al momento la luna del espejo mágico que consultaban día a día sus hermanos se opacó y los jóvenes dieron por perdida la misión del príncipe mayor.
Inmediatamente se fué el segundo, emprendió el viaje y sufrió las mismas experiencias que el otro, sólo que éste pudo resistir más y logró subir más en la escarpada montaña, pues no atendió las voces de las amenazas y de los insultos, pero sucumbió ante las voces que lo invitaron a no fatigarse mucho antes de llegar a la cumbre, pues era muy peligroso llegar sin energías, por lo que accedió a descansar tal como se lo pedían las voces plañideras y encantadoras que lo compadecían de antemano si perecía por su desmesurada audacia; y así, oyéndolas y atendiéndolas quedó convertido en piedra igual que otras de su alrededor aunque en menor cantidad de las que estaban en la altura de donde había quedado su hermano mayor.
3. Crecer en años y en experiencia.
Le tocó el turno a la princesa quien había crecido en años y en experiencia. Se disfrazó de hombre cortándose el cabello, poniéndose traje masculino y quitándose todo aditamento que delatara las condiciones de su sexo. Marchó armada de lo más conveniente a los cometidos de su empresa.
Llegó al pié de la montaña; oyó los consejos del anciano derviche; y antes de seguir el curso de la bolita se tapó los oídos igual que a su caballo con pedacitos de algodón, empuñó la espada con su diestra, y emprendió el camino del ascenso peligroso. No escuchó rumores, siseos, susurros, voces amenazantes, ni llamados al placer, ni gritos, ni voces compasivas, etc.; y después de ir ratos montada y trechos a pié, logró llegar, fatigada y maltrecha pero victoriosa, a la meta fijada; fué a sacar al pájaro que habla de su jaula quien al salir se convirtió en el apuesto príncipe que era en realidad; fué luego a la fuente que llora, tomó de su agua y roció con ella el árbol que canta y los contornos del lugar, convirtiéndose todo en un castillo hermoso con vergeles radiantes de vida y alegría y las piedras tornaron a su primitiva forma de príncipes o princesas con sus cabalgaduras que habían intentado escalar la montaña para conquistar las tres cosas encantadas...
4. Vigencia y lecciones de este cuento.
Aparentemente ese es un cuento para niños, un relato simple que ya no mueve a las conciencias de la época entusiasmadas hoy por las colosales proyecciones de la técnica moderna en la conquista del espacio y en las truculencias inauditas de la ciencia ficción. Pero no. Este cuento como otros famosos de la literatura universal, tiene vigencia eterna, tanto por la belleza formal de su estilo como por el contenido de sus magníficas enseñanzas.
Fué el maestro nicaraguense don Sofonías Salvatierra quien dando clases de Historia Universal donde yo estudiaba en la Escuela Normal de Maestros en 1937, en Santa Ana, se refirió a este cuento interpretándolo de la siguiente manera:
Los tres príncipes representan a la juventud; el pájaro que habla, la fuente que llora y el árbol que canta, significan los ideales que todo joven alienta en su imaginación y en su pecho; el derviche es el representativo de los padres y maestros que orientan con sus consejos a sus hijos y alumnos; la bolita significa los consejos puestos en práctica; la montaña es la vida misma con sus peligros, penalidades, deleites, embrujos y alegrías; las voces que atraen la atención, son las invitaciones que a diario experimentamos para los goces, la lujuria, las distracciones, la holganza; volverse hacia atrás significa el temor a seguir adelante, de sacrificarnos sin provecho, falta de voluntad para conquistar lo que resulta difícil hasta el punto de estancarnos y quedarnos como el común de los conformistas y frustrados.
Esta lección que dió a mi curso el viejo maestro centroamericano y centroamericanista ya fallecido, la transmito yo ahora, por medio de este relato sencillo, a los jóvenes que esperan en la vida y de la vida las mejores recompensas para sus generosos empeños de superación.
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(*) Publicado originalmente en El Diario de Hoy, Jueves 5 de octubre de 1972, San Salvador, El Salvador, América Central.
Este cuento significativamente dedicado a su única hija Blanca Elisa, es una de las piezas más importantes de Joaquín para explicarse el origen de uno de sus principios educativos: fijarse ideales en la vida y no desviarse en el camino para alcanzarlos.
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